La invasión rusa de Ucrania ha inundado Europa de dudas, pero también deja unas cuantas certezas y convicciones férreas. Entre ellas, que el Viejo Continente no puede volver a permitirse el lujo de dejar su suministro energético al albur de terceros. Un anhelo de independencia que —por primera vez desde la era del carbón— empieza a cobrar fuerza como objetivo factible gracias a las renovables, aunque a un precio: para tener una matriz eléctrica 100% endógena, los países del bloque tendrán que invertir del orden de 140.000 millones de euros al año de aquí a 2030 y otros 100.000 millones anuales más en la década siguiente, según los cálculos del Instituto Potsdam para la Investigación sobre el Impacto del Cambio Climático, uno de los más prestigiosos en su campo.
La cifra es enorme, pero, como casi siempre, es importante ponerla en contexto. Desde aquel aciago 24 de febrero del año pasado en el que Vladímir Putin dio a su ejército la orden de atacar el país vecino —dinamitando, así, los mercados energéticos—, los erarios europeos han gastado 792.000 millones en parar el golpe a sus consumidores. “Los gobiernos tienen el dinero suficiente [para acometer este giro en su matriz de producción]: alrededor de un tercio puede cubrirse simplemente redirigiendo el dinero que ahora va a subsidiar otras fuentes [fósiles]”, afirman los autores del estudio La soberanía eléctrica europea a través de las renovables, elaborado a petición de Aquila Group y que adelanta este jueves EL PAÍS. La apuesta que dibujan es doble: combinar el sol del sur del continente con el viento del norte para, junto “con una red más consolidada”, dejar atrás la generación con gas y petróleo importado de “países volátiles como Rusia”.
Si la meta de soberanía del sistema eléctrico apunta a finales de esta década, para la independencia del sector energético en conjunto (transporte, industria, calefacciones…) habrá que aguardar 10 años más: hasta 2040. La espera —y la inversión necesaria para lograrlo— merecerán la pena: Europa, apunta el informe, se convertiría en el primer continente neutral en carbono y tendría “uno de los precios de la energía más bajos el mundo, lo que fortalecerá su competitividad”.
Del 40% al 100%
El año pasado, casi el 40% de la electricidad consumida en los Veintisiete procedió de fuentes renovables, una cantidad similar a la generada con gas, carbón o fuelóleo. Un año antes, la eólica y la solar habían superado al gas por primera vez. Para llegar al 100%, sin embargo, hace mucho más: impulsar la generación renovable; acelerar en el despliegue de soluciones de almacenamiento (baterías, centrales hidroeléctricas reversibles…) que eviten el desperdicio de energía en las horas de máxima generación renovable y que, a la vez, garanticen el suministro cuando no hay sol y no sopla el viento; y mejorar y hacer crecer las interconexiones entre países para compensar los excedentes y los déficits de unos y otros. Este último punto es particularmente importante en España, unida únicamente —y de forma débil— con Francia y Portugal.
Los siete próximos años, hasta finales de la década, son “cruciales”, según el Instituto Potsdam: en ellos debe concentrarse el grueso del crecimiento de las renovables. En ese periodo, la eólica terrestre tendrá que multiplicar su capacidad por ocho respecto a los niveles de 2019, justo antes de la pandemia; la fotovoltaica, por seis; y la eólica marina, por cuatro. Después de 2030, el crecimiento se ralentizará: en esa década, tanto la solar como la eólica marina deberían triplicarse, mientras que el crecimiento de su par en tierra será mucho menor: del 36%.
Coche eléctrico y bombas de calor
La Comisión Europea ha propuesto elevar del 40% al 45% la meta de renovables en la matriz de generación eléctrica. Una cifra, que, sin embargo, no basta para alcanzar el anhelado objetivo de autosuficiencia de los Veintisiete. Aún más, en un entorno de demanda claramente al alza: la proyección de los investigadores de Potsdam apunta a un consumo de 8.000 teravatios hora (TWh) al año en 2050, prácticamente el doble que hoy impulsada por las bombas de calor (sistemas de calefacción y refrigeración mucho más eficientes que las calderas de gas y los aparatos de aire acondicionado) y, sobre todo, por el coche eléctrico. Dos tecnologías fundamentales para electrificar consumos que hoy son, en gran medida, fósiles.
Los recursos eólicos y solares parecen suficientes para alimentar todos estos nuevos consumos: ambas tecnologías podrían poner en el mercado 15.000 TWh en el mercado, tanto como el consumo total europeo de energía primaria. A esa cifra hay que sumar un potencial de placas en los tejados de otros 4.000 TWh, el equivalente a la demanda actual de electricidad de los Veintisiete, que se dice pronto.
“El potencial es alto y el coste de la energía renovable sigue cayendo. La electricidad procedente de paneles solares ya es más barata que la que procede del gas fósil, de ahí que sea prioritario permitir una rápida expansión de las capacidades solares en Europa”, apremian los autores del estudio que. Llaman, también, a explorar otras tecnologías no emisoras, como la geotérmica —”que puede proveer hasta la cuarta parte del calor que necesitan los europeos y que fluctúa menos que el sol y el viento”— o el agua —”el último potencial hidroeléctrico debe ser desarrollado”—, pero no la biomasa —”necesitamos la madera para construir y una sobreexplotación podría tener impacto sobre la diversidad”—.
Tampoco la nuclear. En pleno envite de varios países, liderados por Francia, por dar una segunda vida a la nuclear, los técnicos del organismo alemán se muestran, en cambio, muy críticos con esta alternativa, que hoy aporta alrededor de un quinto de la electricidad que se consume en la UE: “Es insostenible, tanto por los problemas sin resolver con los residuos que genera como por la falta de competitividad de la actual tecnología de reactores”. Además, dicen, 21 reactores actuales en Europa dependen del combustible y del apoyo técnico de Rusia para seguir operando.
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