Cincuenta años después de la muerte de Salvador Allende, en ese funesto 11 de septiembre de 1973, Gabriel Boric, el actual presidente chileno, reivindica su herencia y se abre paso como una de las figuras más relevantes de la nueva izquierda latinoamericana. Es casi inevitable, por tanto, indagar qué es lo que queda de aquel legado, en qué se asemeja lo nuevo a lo viejo. Operación difícil donde las haya, porque, para empezar, la figura de Allende está envuelta en el mito. Un mito, por cierto, que se erigió más por su suicidio durante el asedio de las tropas de Pinochet al palacio de La Moneda que por sus políticas concretas, frustradas de cuajo por la asonada militar. Y por ese emocionante discurso final: “Estas son mis últimas palabras. Tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que por lo menos será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.
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